Ansiedad y duelo

En este mes de marzo profundizaremos en cómo afecta la ansiedad en el proceso natural del duelo por la muerte de un ser querido.

Cuando fallece alguien muy importante para nosotros, se produce un auténtico terremoto de emociones que nos sacude, se tambalea nuestro equilibrio emocional y puede aparecer, entre otras emociones, la ansiedad. Si ya muchas facetas de nuestra vida están acompañadas de frecuentes y previsibles situaciones de estrés como cambios de domicilio, trabajo, preparación de celebraciones importantes, jubilación laboral, etc., cómo no van a surgir emociones intensas cuando nos sobreviene una muerte cercana, ya sea de forma esperada o inesperada. En esta situación, es imprescindible identificar y dejar salir emociones tan naturales como son la desesperanza, impotencia, miedo, ira, rabia… Nos resulta desagradable lidiar con ellas, pero es importante darles un espacio en el proceso de aprender a vivir tras la muerte de nuestro ser querido.

Para todo ello, hay que darse tiempo, hacer un trabajo interior de reconocimiento personal, de volverse a encontrar a sí mismo a la vez que lo compartimos y nos rodeamos de otras personas importantes que nos quieren y que desean acompañarnos en nuestro dolor.

La psicóloga K. Horney definía la ansiedad como “la reacción que tiene una persona ante amenazas reales o imaginarias”. En un proceso de duelo, aun cuando la muerte es esperada, pasamos por situaciones difíciles que impactan antes y después de la muerte, por la dolorosa realidad de saber que no volveremos a tener físicamente a nuestro ser querido. Integrar esta realidad produce un dolor que, al principio, es desgarrador y nos amenaza: imaginar la vida sin la persona amada, la aparición recurrente de imágenes de los últimos momentos, sentir punzadas de dolor físico por la ausencia, imaginar nuestra vida sin él o ella, sentir emociones intensas que desconocíamos. Sentimos una gran amenaza en nuestra integridad. Participantes de los grupos de Vida y pérdida han verbalizado su ansiedad como “una sensación de falta de aire, dolor de pecho, cuesta hasta respirar”.

En cualquier momento del duelo, y sobre todo en la primera parte, la ansiedad puede manifestarse de forma natural y evidente como una sensación que viene y va. Queremos alejarnos del dolor negando aquello que nos da tanto miedo, que puede llegar a paralizar sin poder reaccionar, ya que se necesita tiempo para procesar lo que supone la muerte.

También aparece la ansiedad cuando uno se quiere mantener fuerte y, bien por miedo o por querer proteger a otros, tapamos nuestro propio dolor y reprimimos la expresión del sentimiento. Si esto lo prolongamos en el tiempo, la ansiedad puede aumentar y producir un gran malestar difícil para uno mismo. 

Ante la muerte y la dificultad de tratar con ella, quizá nos protejamos con un exceso de actividad, en rutinas que nos impiden parar, sin dar espacio a nuestro dolor, aplazando la realidad que nos duele y todo aquello que nos recuerda lo que ha ocurrido. Al principio, parece que toda esta actividad nos puede aliviar, pero, al contrario, hace que la ansiedad aumente, se amplíe a otros ámbitos y pueda resultar incapacitante. Así, muchas veces nos encontramos a personas que, al cabo de un tiempo tras la pérdida, piden ayuda por sentir niveles altos de ansiedad. Como decía Jung: “Lo que resistes, persiste. Lo que aceptas, te transforma”.

¿Cómo reconocer la ansiedad?

Podemos reconocerla por su manifestación en tres niveles:

  • Lo que pensamos: preocupación excesiva, inseguridad, temor, miedo, baja concentración, perder el control de la emoción, insomnio…

  • Las sensaciones del cuerpo: sudoración, rubor, tensión muscular, temblores, molestias digestivas, náuseas, taquicardia o palpitaciones, dificultad respiratoria, sequedad en la boca…

  • Lo que hacemos: comer, beber o fumar en exceso, tics, hiperactividad, tartamudeo, llanto descontrolado…

¿Cómo aliviar la ansiedad?

  • Lo primero es darnos cuenta de lo que estamos viviendo y saber reconocer esta ansiedad, en qué nos afecta, nos limita y cómo.

  • Darse permiso para vivir emociones como la tristeza o el miedo, pues es natural que lo sintamos.

  • Atender al autocuidado.

  • Mantener una alimentación sana.

  • Evitar bebidas estimulantes como cafeína o teína.

  • Evitar el tabaco y alcohol.

  • Establecer hábitos saludables, rutinas y horarios estables.

  • Ordenar los horarios de sueño.

  • Salir a pasear, solo o acompañado.

  • Hacer ejercicio físico de manera frecuente.

  • Hablar sobre las preocupaciones con alguien importante para ti.

  • Acercarse las personas que nos transmiten calma.

  • Evitar el aislamiento.

  • Practicar alguna técnica de relajación.

Si pasado un tiempo uno siente que no avanza o siente mayor pérdida de control, es el momento de buscar ayuda profesional. En Vida y pérdida, nuestras psicólogas expertas en duelo, Belén Tarrat y Araceli Galindo te guiarán, de manera individual o grupal, para ayudarte a expresar, comprender y compartir todo el malestar que estés viviendo.