Sobre la donación: "Camino a las estrellas"

La donación es un acto de gran solidaridad. En ocasiones, puede ser la decisión de personas antes de morir y otras, son los familiares que, orientados por la esencia de esa persona tan querida y sumidos en el dolor más intenso, son capaces de pensar en otros que se debaten entre la vida y la muerte a la espera de un trasplante.

España es uno de los países con mayor tasa de donación de Europa. Siempre se ha dicho que somos un país solidario y los datos así lo indican. Cada trasplante conlleva un gesto de generosidad y de humanidad mutua.

Como donante y receptor se vive un proceso emocional que nunca resulta fácil. La donación no es un antídoto para el dolor de la ausencia de un ser querido, es una decisión difícil que puede ayudar. Los datos recogidos del 2023 por la ONT dicen que hubo en España 2.346 familias que, en el devastador momento de la muerte de su ser querido, decidieron donar sus órganos. En el receptor, apreciamos un proceso emocional donde una persona se debate entre la vida y la muerte y su vida depende de ese acto desinteresado tras una larga espera. Vida y pérdida acompaña a personas en el final de vida y a sus familias y, desde nuestra experiencia podemos asegurar que, tanto el receptor como su familia, son muy conscientes de que la única forma de poder vivir llega desde el dolor de otros. Reconocer esto no es fácil y, sin duda, el agradecimiento es el único antídoto, convirtiéndose en un acto de amor y humanidad compartida.

Hoy queremos acercar a todos una historia en la que se unen estos dos momentos, se trata de la carta de una persona que como hermana, fue familia de donante y que, ahora es ella la persona que espera el trasplante, muchas gracias por compartir tu vivencia a través de este escrito:

“Decían los antiguos que a las estrellas se va siempre por el camino más arduo (Séneca)

Pese a nunca olvidar, los recuerdos difíciles toman con el tiempo lugares apartados en el desván de la memoria. Van quedando atrás para dejar espacio a los que te causan alegría, dibujan una gran sonrisa en el rostro e iluminan los ojos.

Treinta y dos años atrás viví uno de esos momentos que te ponen la vida patas arriba. Te desarma. En cierto modo te mata, y no vuelves a ser nunca más esa persona que eras.

Treinta y dos años atrás decidimos que Alex, mi hermano, ya no estaba en este plano. En ese momento aceptar la noticia no era posible. Aún con todo, sacamos fuerzas para decir sí a la donación de sus órganos. Alejandro, Alex es, era una persona empática y aunque no era donante de órganos como tal, sabíamos que estaba de acuerdo. En ese momento diversos equipos de cirujanos hicieron su magia. Cinco órganos daban vida a diferentes personas.

Pensar en ello en ese momento no fue ninguna píldora contra el dolor, la rabia, la desolación contra el mundo... ¡Seguía doliendo! dolería por tiempo, por mucho tiempo. De alguna manera ese acto ayudo, y torno a mi hermano en más inmortal aun, no solo lo es en nuestra memoria, también en aquellos de los que forma parte. Alejandro sigue vivo, en aquellos a los que regaló lo más valioso que se puede regalar: tiempo y vida.

Hoy soy yo la que necesita un donante y golpea en mi mente el recuerdo de ese 1 de julio que nunca se ha ido. Hoy duele de nuevo y me debato entre la necesidad de un órgano para tener vida, para vivir, disfrutar de mis lobos Alpha, de mis lobitas. Para ver crecer a los míos, para disfrutar de un atardecer, viajar, una copa de vino, familia y amigos, que es lo mismo. Hoy mi mente extiende su lona a modo de cuadrilátero interno, amenizan la velada: Alegría, ganas, sueños, momentos, vida, esperanza, enseñanzas.

Contra la tristeza de perder un trocito de mí, de revivir esos días, de sentir dolor, rabia, impotencia… volver a vivir esos 60 segundos de valentía y lucidez que deciden regalar vida entre tanto dolor y desolación.

¡Gracias por regalar vida!

Un abrazo para el dolor, tiempo para sonreír”

I, una receptora de órganos