Duelo por la persona desaparecida

El pasado 9 de marzo conmemoramos el Día de las personas desaparecidas sin causa aparente. Su objetivo es concienciar y sensibilizar a la población de este hecho tan devastador que afecta a más de 22.000 personas en España y alrededor de 300.000 en Europa.

La RAE define la palabra desaparecida referido a la persona que se halla en paradero desconocido, sin que se sepa si vive. Y admite un significado más, que tiene que ver con dejar de existir para expresar que alguien ha muerto. Esta última es la expresión que la sociedad utiliza en el tabú existente para no decir la palabra muerte. Son eufemismos del tipo “cuando mi madre desapareció” para evitar la expresión “cuando mi madre murió”.

La desaparición sin causa aparente de una persona provoca una incertidumbre que, sostenida durante meses y años por las familias, crea un estado de ansiedad y desesperanza que va minando en el ánimo. El resultado negativo de las infructuosas búsquedas por parte de las autoridades y el silencio de la sociedad, hacen que muchas familias sientan una incomprensión y soledad muy profundas. Esto los puede llevar a derrumbarse y que tengan que adaptarse a esta dolorosa desaparición de diferentes maneras.

Desde Vida y pérdida tenemos en cuenta esta desaparición porque provoca un duelo que de ninguna manera es el proceso natural del que tanto hablamos en otras entradas de nuestro blog. En algún momento de nuestra vida, estar en duelo es la consecuencia natural de vivir, porque vida y muerte van de la mano, no hay una sin la otra. Cuando se produce la muerte, sabemos que la pérdida es irreversible y eso nos ayuda en el inicio del camino del duelo. Con mayor o menor impacto, despedimos a nuestro ser querido acompañando en los últimos momentos, dispondremos de tiempo en el tanatorio y si es posible, cumpliremos los actos funerarios según sus deseos. De alguna manera, estamos en contacto con su parte física que nos va a ayudar a elaborar la realidad de lo ocurrido porque la muerte de nuestro ser querido ha sido un hecho cierto.

Y, ¿qué ocurre cuando nuestro ser querido ha desaparecido? Los estudios a este respecto diferencian entre personas desaparecidas sin causa aparente y las desaparecidas por causas forzadas como en situaciones de violencia: guerras, campos de concentración, cárceles donde no se respetan los derechos humanos o a consecuencia de una gran catástrofe. Las desapariciones afectan a toda la familia y a la sociedad como revulsivo. 

En relación a las desapariciones sin causa aparente, afecta a otro nivel más personal y menos social que el anterior. Los efectos de la desaparición de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos se extienden al entorno más íntimo de la persona. La incertidumbre aflige profundamente con insistentes preguntas sin respuesta: qué le habrá ocurrido, dónde estará, salió de la oficina y venía para casa, cogió el autobús para ir a la universidad, se habrá perdido, fue en tren para ir a ver a su familia en vacaciones, pero no llegó nunca, se habrá desorientado por sus problemas cognitivos…

Toda esta incertidumbre que acompaña a la ausencia de nuestro ser querido puede desarrollar un duelo ambiguo, suspendido, ausente, sin resolver o retardado, como lo denominan diferentes autores. De cualquier manera, en estas desapariciones y al menos en las primeras fases del duelo, se produce la negación de la muerte ya que la incredulidad y la falta del cuerpo hacen crecer la esperanza de que llegue a aparecer, de la manera que sea, pero que vuelva… Y se espera… se desespera… se vuelve a esperar… Y se entra en una espiral en la que se malvive y en la que la ansiedad, incredulidad e impotencia lo llenan todo y hacen que se pare la evolución natural del duelo.

Como sociedad, podemos ayudar a las familias que sufren estas pérdidas de la misma manera que acompañamos en un duelo normal, pero evitando que éstas se sientan señaladas, juzgadas y con etiquetas que tanto daño hacen. Por el contrario, tendremos que acogerlas con nuestro apoyo, paciencia y aceptación de su situación, mostrando empatía en su sufrir y facilitándole que pueda expresar sus sentimientos: preocupación, rabia, impotencia, desesperación, tristeza, miedos…

A continuación, ofrecemos algunos recursos que nos pueden ser de ayuda: